El término tecnocracia significa literalmente «gobierno de los técnicos» y se deriva de los vocablos griegos tecnos ('técnica') y kratos ('fuerza', 'dominio' o 'poder'). El «técnico que gobierna» es por consiguiente un tecnócrata, o más bien lo que se consideraría como que la tecnocracia es el gobierno llevado por un técnico o especialista en alguna materia deeconomía, administración, etcétera; que ejerce su cargo público con tendencia a hallar soluciones apegadas a la técnica o técnicamente eficaces por encima de otras consideracionesideológicas, políticas o sociales. El tecnócrata es quien es partidario o implementa la tecnocracia. Para la promoción de la tecnocracia trabajan el Instituto de Tecnología de Massachusetts y, más recientemente, la Asociación Filomati, con sede en Roma.
Lo que caracteriza a la tecnocracia, a principios del siglo XXI, es la tendencia a suplantar el poder político en vez de apoyarle con su asesoramiento, asumiendo para sí la función decisional. Eliminando la división entre política como reino de los fines y técnica como reino de los medios, el tecnócrata abandona el terreno técnico-económico y de los medios de la acción social para meterse en el de los fines y en el de los valores, intentando que la decisión de tipo político y discrecional —con base en criterios prudenciales y morales— puede ser reemplazada por una decisión no discrecional, fruto de cálculos y previsiones de tipo científico, en base a puros criterios de eficiencia.
«En la mentalidad tecnocrática —sintetiza Claudio Finzi— racionalidad y "verdad" están indisolublemente unidas, según un esquema reconocido casi universalmente en el pensamiento contemporáneo, en el que además la racionalidad está fundada sobre elementos meramente cuantitativos, postergando al mundo de lo irracional, y por lo tanto de lo lamentable por definición, todo aquello que no sea cuantificable. Es obvio que ya no habrá sitio para los juicios de valor, esto es, para los juicios que por su misma sustancia no pueden fundarse sobre elementos cuantitativos».
La ocupación de la esfera política trae consigo la demonización por incompetencia, por corrupción y por particularismos de los individuos que actúan tradicionalmente en ella; y también la afirmación de la plena suficiencia de la competencia para la gestión de los asuntos públicos, conforme a una concepción simplista de la sociedad como unidad productiva de la que, en un primer momento, hay que maximizar su expansión económica, o —en un segundo momento— integrar en un sistema económico mundial. Para tal fin hay que adaptar las estructuras institucionales (recuérdese a todos aquellos que en Italia desean una Constitución reescrita teniendo como objetivo el mercado mundial) y administrativas.
De la desconfianza tecnocrática en la voluntad o en la capacidad de los individuos particulares o asociados de realizar un sistema económico más eficiente se deriva tanto la propensión a planificar la sociedad por medio de un sistema de control tecnoburocrático, como la expulsión de la vida social de todo principio que no sea cuantificable, la aversión hacia una concepción del bien común que no se reduzca a puro bienestar material.
Al principio de la década de los setenta (coincidiendo con la aparición del famoso informe realizado para el Club de Roma por el System Dinamics Group del MIT, el Massachussets Institute of Technology, uno de los mayores laboratorios mundiales del pensamiento tecnocrático, que fue difundido en Europa en 1972 con el título Los límites del crecimiento) comienza a afirmarse la necesidad de planificar una detención del crecimiento demográfico y una reducción de los consumos para encarar la degradación del medio ambiente y el agotamiento de los recursos naturales. El proyecto de confiar los destinos de la humanidad a una comunidad científica y tecnológica internacional supone una centralización en la toma de decisiones que concentraría poderes inmensos en manos de una burocracia mundialista y una merma de las libertades de los particulares y de las soberanías de los pueblos, como desde hace tiempo ocurre cuando los órganos oficiales del superpoder financiero mundial (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial) condicionan las ayudas a países subdesarrollados o en vías de desarrollo a la adopción de determinados modelos socio-económicos o de políticas antinatalistas.
Aprovechando situaciones de crisis, de origen a menudo ambiguo en lo referente a los actores y a las motivaciones —étnicas, religiosas e ideológicas—, se afirma la necesidad de despolitizar el ámbito internacional: en este sentido a las instituciones supranacionales ya no se les pide que solucionen problemas de justicia entre comunidades políticas y de solidaridad entre los pueblos, sino ser órganos de un único orden político y militar mundial.
Normalmente, se considera que las tendencias tecnócratas en los gobiernos buscan una menor representación popular y un mayor autoritarismo de las clases poderosas que se atribuyen la sabiduría de dirigir a un pueblo supuestamente ignorante que no sabe lo que le conviene. En ese sentido se considera de democracia y tecnocracia son términos antitéticos o excluyentes.
Se califica de sistemas tecnocráticos al FMI, a la OMC, a la Comisión Europea y, en definitiva, a cualquier institución relevante en la toma de decisiones que no haya sido elegida democráticamente.
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